jueves, 17 de octubre de 2013

Eusebio de recreo (energía elevada el cubo)








Él era una persona que dibujaba paredes verdes en un espacio de su mente que él sólo tenía a comparación de las demás personas. Ese escenario personal atrasaba los vuelos internos en los que sus emociones e ideas hacían que viajara lejos sin que nadie supiera a dónde. Nadie más que él pensaba en esas cosas tan suyas que hacían que a veces navegara en algún ángulo cinematográfico que él había creado en la cueva de sus susurros mágicos.

"¿Qué es eso?", pensó Eusebio el día en que sus demás compañeros se acercaron, y se alejaron de los montes citadinos en los que las profundidades no estaban hechas ni de agua ni de aire. Sólo eran pequeñas nubes rosadas que se habían mezclado con un elemento químico que había empezado a flotar en el área 45 de su cerebro, la que no dejaba de ir hacia universos mentales que estaban compuestos de partículas que producían energía, a pesar del escepticismo de la mayoría de personas que vivían alrededor de su espacio físico.


















La mañana en que ella estacionó su mirada en aquella cámara fotográfica marca soledad interna, sus ojos realizaron una marcha fúnebre que despertó las mentes de personas que deseaban ir más allá, pero con fundamentos que tuvieran un sentido correctamente funcional, pese al sinsentido de esa "vida" creada por los océanos que tenían colores que no habían sido vistos, sino por Marola, la muchacha que se vistió con trajes imaginarios que solo ella podía usar, porque nadie tenía la capacidad de ver lo que ella tenía en el cerebro. Gracias a la forma en que manejaba las cosas, era vista como una mujer rara solamente por sentir que podía crear sus vestimentas ideales en un mundo real en que las cosas eran asimiladas por muchos, pero entendidas por pocos. "Anoche soñé con aves que tenían formas de serpientes", recordó ella al percatarse de la sombra que la había seguido durante unos segundos que parecieron tres vidas vividas de la misma manera por la influencia de la energía elevada al cubo que sudaba aire, y respiraba litros de mares con seres que evolucionaban e involucionaban, incluso.












Eusebio, y Marola se conocieron, cuando el sol decidió no salir nunca más. La movida los llevó a 45000 kilómetros de distancia que sólo ellos dos entendieron en un mundo en el que la consciencia era lo principal, para ellos. "El otro día me dijeron que estoy loco por tener consciencia, ja, ja", rió él mientras ella apreciaba la vigésima mente de él, la que estaba ordenada, para poder vivir en ese planeta con muchos humanos, y pocos perros citadinos.


La locura empezó a formar parte de sus vidas, cuando él decidió que fuera su compañera, la que lo seguía, cuando él quería. Él era racional, pero pensaba que debía equilibrar la coherencia con los 1500 grados de insensatez que lo habían absorvido en ese mundo extraño, para él y para todos, por cierto. Lo que sí era percibido por los demás seres vivos era que había una gran cantidad de pensamientos que corrían a una velocidad importante, y única, como ese mago de la sombra que tenía en su interior. "Se' concha, sí, sí", concluyó Eusebio la noche en que los últimos balazos sobre la realidad mental, y física empezaron a aparecer ante la atenta mirada de todos, los que, resignados, se empezaron a dar cuenta de que a veces la razón pesaba más que las emociones, sobre todo cuando hablaban de la Tierra, la que no tenía la culpa de que hablaran de ella como si hubiera sido creada por algún Dios antropomorfo maquinado en el cerebro de la primera persona que pensó que ello era factible no sólo para manipular negativamente, sino también para mantener tranquila a la gente en general.





La vida empezó a ser tomada desde otra perspectiva, cuando los trasfondos empezaron a inundar los medios de comunicación tomados por la democradura mezclada con la dictablanda. "Elige el mal menor, por favor", sentenció Eusebio, mientras el recreo en que se encontraba abría la mente de ella y de un amigo suyo con quien tenía similitudes, y diferencias al mismo tiempo.

- A ver, pues - señaló ella mientras él encendía un cigarrillo.

- Bueno ("bueno, bueno", pensó mientras trataba de comunicarse mentalmente con algún amigo suyo), ya sabes cómo son las cosas. Lo importante es seguir adelante - resumió ante la atentísima mirada de Marola.

- Ya, pues, será - concluyó ante la sorpresa de él.

- Qué paja, será motivo.

-Claro, es lo justo para los dos.


Y así fue porque debía darse de esa forma. En ese momento, sólo era cuestión de que no sólo se miraran, sino, además, en ese instante debían besarse para siempre.


Cuando Eusebio y Marola se dieron cuenta de que habían amarrado sus egos, decidieron navegar de un modo distinto, pero suyo, y sólo suyo.







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